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Lecciones de Vida

Cristián Warnken: “Era esperable este nivel de funa”

Cristián Warnken: “Era esperable este nivel de funa”

El intelectual narra la travesía que desemboca en la formación del movimiento amarillo: habla de las funas, y del casting que le ganó a Felipe Camiroaga.

Por: María José Gutiérrez | Publicado: Sábado 26 de febrero de 2022 a las 21:00
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Era esperable este nivel de funa. Claro que me importa lo que dicen, pero no cuando es en las redes sociales. Yo no tengo RRSS y eso me da una libertad increíble, a lo mejor irresponsable, porque a veces no tengo idea de lo que está pasando. Tengo algunos amigos millennial que me informan cada cierto tiempo lo que ocurre ahí. La funa viene desde el estallido, está instalada, y tiene que ver con el grado de polarización que hay, que hace que gente aparentemente razonable termine tirando declaraciones destempladas.

Me da risa porque los que nos critican que somos de la élite son todos de la élite y algunos más de la élite que nosotros mismos. Pero en fin, no voy a caer en la cloaca. Yo rescato más bien, y que me ha sorprendido, la adhesión de personas anónimas muy sencillas, que se han unido a este grupo de los amarillos, que ya somos más de 21 mil.

Yo no quiero ser considerado líder, no. Este es movimiento compuesto por un grupo de personas y amigos que nunca imaginaron que su manifiesto iba a tener ese nivel de adhesión. Los que esperan que armemos un partido, no estamos en eso. Somos una corriente de opinión que quiere aportar moderación y ponderación y sacar una buena Constitución.

"Rescato más bien, y que me ha sorprendido, la adhesión de personas anónimas muy sencillas"

Nosotros estamos apostando porque resulte, hay que apostar por la esperanza. Pero estamos preocupados. Y yo creo que no somos solo nosotros. Creo que hay mucha gente de izquierda que está preocupada, incluso estoy seguro que el futuro presidente de la República y su equipo están preocupados porque no quieren un escenario de polarización. Y perdona que lo diga, pero pienso que lo que estamos haciendo es extremadamente responsable y yo diría, generoso. Mucho más fácil habría sido quedarse callado.

Yo creo que aquí hay una mirada un poquito triunfalista, hay un poquito de soberbia, ¿no? ‘Hoy ya tenemos todo ganado, somos mayoría, ¿para qué vas a estar escuchando a estos gallos de la élite que tuvieron todo el poder?’ Hay una especie de venganza: ‘Aquí vamos, cambiemos todo’. Lamento decirles -no soy profeta-, pero la tienen difícil por delante.

"Creo que hay mucha gente de izquierda que está preocupada"

Ojalá que hubiera muchos más grupos: azules, verdes, naranjas, morados. Ya están los rojos mandando en la Convención, perfecto, lo respeto, pero el país no es de un solo color, es un arcoíris.

***

Soy sobrino del poeta Enrique Lihn. Mi madre, Ángela Lihn, que tiene 91 años, creció en una familia de artistas. Ella tiene un humor muy sarcástico, tiene todo un mundo propio, de sueños. Ella me enseñó la capacidad de asombro y me transmitió el amor por la literatura y la poesía. Su madre, mi abuela, era poeta también y amiga de Gabriela Mistral. En su casa en el centro, donde llegaban antiguos poetas y dramaturgos, me tenía una pieza especial.

Mi padre, que murió en 2000, fue empleado público toda su vida. Era práctico, el que nos levantaba en las mañanas para que llegáramos a la hora al colegio. Él era un poeta secreto: escribía poesía con la figura de mi madre y a mí me daba mucha vergüenza porque era muy antigua, era con rima, y a mí en ese momento me gustaban los poetas vanguardistas. Esto me parecía ñoño. Hoy en la entrada de mi casa tengo un poema de amor muy bonito escrito por mi padre.

Él trabajó en los gobiernos radicales, pero fue siempre independiente, que en esa época de polarización significaba ser momio. Mi mamá, en cambio, votaba por el PC. A mi casa llegaban dos diarios: El Mercurio y El Siglo.

Con ella escuchábamos radio de onda corta de Moscú. Nunca vi discusiones políticas en mi casa; ellos, en general, llevaron una relación cordial. Fueron buenos padres, pero después se separaron.

Hay dos figuras poéticas muy importantes en mi infancia: Enrique Lihn, con quien tuve la suerte de poder conversar muchas veces, y Eduardo Anguita, Premio Nacional de Literatura, que fue pareja de mi madre ya cuando la relación de mis padres había fallado. Él llegaba en las tardes a mi casa, era un personaje que vivía de noche y en el día dormía, era insomne. Yo era chico y escuchaba sus historias.

"A mi casa llegaban dos diarios: El Mercurio y El Siglo"

Me acuerdo perfecto del día del Golpe. Yo tenía 12 años. Prendimos la radio, se escuchaba el discurso de Allende. Mi mamá lloró y yo también lloré, y ella dijo ‘vamos a ir a defender al Presidente’. Mi mamá era así, bien especial, como desvinculada de la realidad, y salió y incluso escribió un panfleto para repartirlo entre los vecinos, la mayoría gente de derecha o democratacristiana.

Me acuerdo de haber ido a una marcha que me llevaron unos vecinos brasileros -que después llegué a la conclusión de que eran infiltrados- con las banderas del MIR, con miles de personas obreras. Es la única marcha realmente popular, de pueblo, que he visto. Una cosa fervorosa y llena de banderas.

Pese a que con mi hermana deberíamos haber estudiado en el Colegio Alemán, porque somos daneses alemanes, nos metieron a la Alianza Francesa. Mi mamá sintió que había ahí un aire de libertad.

Después del Golpe empecé a militar en una célula del MIR que se armó en el colegio. Teníamos una pequeña imprenta y pegamos unos stickers que decían ‘El MIR no ha muerto, la lucha continúa’ y hacíamos miguelitos para ponerlos en los estacionamientos. Eran como pequeños sabotajes revolucionarios en un plan estratégico totalmente delirante. Más adelante, en la universidad, milité en el MAPU Obrero Campesino, que era la fracción más reformista del MAPU. O sea, amarilla.

Los años 80 y 81 me voy primero a Barcelona a estudiar filología con un grupo de amigos de la Alianza y después a Italia. Dejé el ambiente gris que había en Chile, apagado, de mucho temor y llegué a la España de la apertura, el destape.

Mi padre, a pesar de que a lo mejor hubiera esperado que yo estudiara Derecho -porque él era súper práctico y racional-, me acuerdo que me dijo ‘Hijo, tienes que hacer esto, pero tienes que ser el mejor en lo que hagas’. Y fue lo que traté de hacer. Arrendamos una de esas antiguas casas de veraneo de gente con mucha plata que habían abandonado, que quedaba a las afueras de Barcelona. Yo súper mateo, me compré un escritorio, todos los libros, me instalé arriba, pero abajo había unas fiestas que para qué te digo. Era difícil no bajar a la fiesta de vez en cuando, por muy ganso y perno que fuera.

"Milité en el MAPU Obrero Campesino, que era la fracción más reformista del MAPU. O sea, amarilla"

Me tocó participar en un congreso de las Juventudes Comunistas en Italia. En un discurso, Enrico Berlinguer, secretario nacional del PC italiano, hablaba de una izquierda democrática. Era una izquierda que que se atrevía a criticar lo que estaba pasando al otro lado. Y para mí eso fue una sensación de alivio y descubrir que había otra mirada: decir, soy de izquierda, pero soy reformista, amarillo, como decimos ahora.

Me tocó ver la experiencia de Polonia, la represión de los obreros de los astilleros, leer a Lenin y comenzar a darme cuenta de que aquel paraíso que nos habían enseñado dentro del partido, no era un paraíso, era un infierno.

Escribí muchas, muchas cartas en ese tiempo a mis padres. Las de mi papá no las he recuperado todas. A él, con quien tuvimos una maravillosa reconciliación porque yo fui bien rebelde con él, lo veía como un viejo momio. Hubo como un reencuentro profundo, de hecho, vivió conmigo hasta que murió.

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Fui bien ganso de chico. Me interesaban más los libros que las mujeres y la fiesta. Mis compañeros me llamaban Platón X 84, como que yo vivía en un planeta en otra parte. Y cuando entré a la Universidad Católica a estudiar literatura, tuve mi primer enamoramiento, deslumbramiento ante una mujer. Pero ella justo tenía un pololo de muchos años y decide casarse.

El día que ella se casaba, yo tomé el avión a Europa. Me iba a quedar a vivir en Italia, volví a Chile a los dos años a ver a mi familia, pero las leyes fatales del amor nos volvieron a reencontrar. Y de ahí nació mi hijo mayor (de seis hijos) -y adorado- Benjamín, que tiene 36 años.

Yo quería ser un estudioso de la literatura hasta que conocí a Angélica Edwards, tía de mi gran amigo de la infancia Jorge Edwards, y hermana del escritor, Jorge Edwards. Ella trabajaba con niños y les hacía La hora del cuento, que consiste de una idea que viene de Gabriela Mistral, de sacar a los niños de la sala de clase, llevarlos a un espacio neutro y tiene todo un ritual de leerles cuentos. ‘Esto es lo que yo quiero. Esto es mucho más interesante que la conversación entre los doctores de literatura’, pensé cuando la vi.

Fue como una epifanía, y dije ‘voy a ser profesor’. Me acuerdo estar de delantal blanco en el liceo de niñas donde me asignaron la práctica profesional, y cuando terminó, todas las alumnas me acompañaron en una procesión con cantos, con flores hasta la entrada a despedirme. Fui profesor taxi durante muchos años, y director del departamento de castellano de Santiago College. Con los años mi vocación de profesor solo creció.

Entré a la televisión por Eduardo Tironi, quien me llamó para que hiciera un programa cultural en la señal de cable. Ahí partió La belleza del pensar. Eso coincidió con que me llaman de TVN para hacer un casting, porque Antonio Skármeta me recomendó para un programa en vivo a las 10 de la noche llamado Usted decide. Felipe Camiroaga, que era muy joven, estaba compitiendo también y le gané. Seguramente buscaban un rostro nuevo. Mi suegra era fanática de este programa y siempre le decía a la Dani (Danitza Pavlovic, su mujer y madre de sus cinco hijos) ‘mira este muchacho’. ‘Me carga este narigón’, le respondía ella. Hasta que nos conocimos.

"Fui profesor taxi durante muchos años, y director del departamento de castellano de Santiago College"

Fue en la Feria Internacional del Libro en la Estación Mapocho. Después de un conversatorio de teología, nos presenta mi amigo Javier Gómez, y ella me dice ‘lo hiciste pésimo. Fuiste condescendiente’. Yo quedé para adentro porque siempre la gente venía a felicitarme. Su crítica era bien fundada, yo sentí que tenía razón y se lo dije. Eso a ella le produjo un impacto muy grande. También, mi aspecto desgarbado -siempre andaba con una chaqueta que me quedaba mal-, tenía algo que a ella le gustaba: esa sencillez, porque ella creció en un mundo de egos de la televisión, que odia (es hija del periodista Santiago Pavlovic).

Conversamos varias veces, le regalé un libro de poesía de Enrique Lihn con una dedicatoria. Me acuerdo que un día estaba yo en Antofagasta y en una comida empiezan a hablar del amor, de cosas malas de las relaciones de pareja. Yo dije ‘no, no es así’. Y me acordé de la Dani. Sentí una cuestión aquí en el pecho potente. Dije ‘tengo que volver inmediatamente a Santiago a hablar con ella’.

Ahí empezó la relación, que no terminó nunca más y que sigue muy viva. Me siento muy privilegiado de tener una relación de pareja plena, de camaradería, de conversar.

Conversamos tanto que uno dice de repente ‘¡chuta, tenemos que darle más tiempo a los amigos!’ Ella me ha hecho subir cerros, andar a caballo en la montaña, cruzar por unos abismos en la copas de los árboles, hacer deporte.

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La muerte de mi hijo es un antes y un después en mi vida. Es algo tan íntimo, tan potente, que es muy difícil decir en palabras. Por eso escribí un libro de poesía que se llama Un hombre extraviado, que lo ilustró la Dani. En todo el período del duelo ella dibujó y pintó, y yo escribí. Nunca le leí el libro y ella no me mostró los dibujos. Hasta que mi amigo y editor Ernesto Pfeiffer, vio sus cuadros en la pared de mi casa e hizo el cruce.

El duelo es un proceso que duró, que fue largo y creo que nos aisló un poco para adentro. No era fácil seguir estando en el mundo, seguir estando en esa casa fue una decisión complicada, pero hicimos todo un trabajo para no traspasarle a nuestro hijos un duelo duro, que marcara sus vidas negativamente. Y nos unió aún más. Hicimos un tremendo trabajo de cómo reconvertir este dolor en algo luminoso.

"La muerte de mi hijo es un antes y un después en mi vida"

La Dani siempre repetía algo que le enseñó una maravillosa psiquiatra Frida Ringler: ‘Hay que convertir el barro en oro’. Un proceso de una alquimia interior que todo lo que uno recibe, que puede ser mierda, barro, tú lo tienes que convertir en oro. Ese es tu trabajo.

Clemente murió el 24 de diciembre de 2007. Para las Navidades nos vamos a Isla Negra, donde tenemos una casa, y ahí hacemos una fiesta feliz, pero profunda donde nos conectamos con lo que nosotros interpretamos que es la esencia de la vida. Es una Navidad muy sobria, pero con mucho sentido. Lo que más me duele de la Navidad es sentir que viene esa vorágine de consumo, de delirio, de absurdo. Y quizá por esto mismo uno la siente más fuerte.

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En el estallido social partió todo con una columna que se llama Decepción. Durante muchos años fui crítico de Piñera con la derecha política, con mi columna. Pero para mí el incendio del metro fue un antes y un después; la violencia nihilista destructiva del espacio público, y que mucha gente, por no decir que fue la mayoría, hiciera como vista gorda diciendo que esto era un medio necesario para conseguir lo otro, ahí yo dije ‘aquí hay algo que está mal’. Sentí claramente que no podía entrar en este júbilo de algunos del estallido refundacional.

"Para mí el incendio del metro fue un antes y un después"

Sigo sintiéndome un reformista de izquierda democrática y un socialdemócrata, un amarillo cabal. Y creo que aquí de nuevo volvemos a convertir el barro en oro: no podemos seguir pegados en todo el horror que significó la dictadura. En este movimiento amarillo hay ex socialistas que fueron torturados y que hicieron la reconversión. No podemos pensar la historia de la política como una venganza. Si hay algo que detesto, es el resentimiento. Entonces, para mí, que la izquierda se convierta en el partido del resentimiento, me parece fatal, no me interesa estar ahí. Dejemos de hablar como rebaño, como una cosa de unanimidad. Eso es ridículo.

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